FORMAS DE TORTURA VOLUMEN I


Decidir es tan macabro, como guardar las boletas del cine de la primera película que uno vio con el ex. No es cierto, es más macabro lo primero, pero es que ¿a quién le puede gustar tener que renunciar a algo, aun corriendo el riesgo de quedarse con lo peor? Y es que es tortuoso sentirse siempre como en "Quién quiere ser millonario" donde solo hay una respuesta correcta, pero todas se parecen y donde si uno se equivoca por lo general se va con poco o sin nada. En mi caso siempre que busco ayudas, me dan la que no quiero oír y siempre opto por mandarme como gorda en tobogán, sin siquiera haber gastado la ayuda del 50/50. Créanme, no les hablo aún de decisiones trascendentales ni mucho menos, para no ir tan lejos ¿A quién no le ha dado pánico cuando entra a un restaurante y en la carta hay más platos que sillas en el lugar? y para empeorar la cosa, tienes miradas inquisitivas que te gritan si ya sabes qué vas a pedir; es aquí donde uno por lo general elige mal y solo se da cuenta de ello cuando llegan los platos de los demás y el de uno es el más feo.

En un mundo ideal tomar una decisión implica identificar un problema, recopilar los datos necesarios para analizar la situación, luego generar alternativas y finalmente decidir lo que se hará. En mi mundo tomar una decisión implica identificar el problema –saber su nombre–, recopilar los datos –salir con él–, luego generar alternativas –pensar si me gusta mucho, poquito o nada– y finalmente decidir lo que se hará –o sea acudir a Google para saber–. No estoy jugando –es en serio lo de Google– acudo a él como método de investigación pues entre el cielo y la internet no hay nada oculto. Gracias a él he podido descubrir comportamientos inadecuados, que me han hecho salir del problema en vez de salir “CON” el problema. Porque créanme encontrar miles de selfies en donde solo se ve torso desnudo, no es tan sexi, por el contrario asusta y por supuesto ayuda para determinar que es mejor salir con paso ligero, luego correr, tomar un taxi, llegar al aeropuerto e irse a cualquier destino lejos de él. A veces cuesta comprar el tiquete no lo niego, pero esos detallitos ayudan a ver la luz al final del túnel.

Y es que en teoría como seres “racionales” que somos, estamos en la capacidad de tomar decisiones, esto es lo que nos diferencia de los animales. Sin embargo esto dista mucho de la realidad, pues muchos se hacen los animales solo con el fin de no decidir. Yo no hago parte de este grupo porque al final siempre tomo una decisión –luego me arrepiento– pero es una decisión al fin al cabo. Pienso que el hecho de arrepentirse a los 0.5 segundos de haberla tomado, no me hace tan animal como al que le huye a la decisión y solamente desaparece alegando demencia, ¿o sí?

Freud nos decía que nuestras decisiones, se basan en la lucha constante de tres fuerzas internas que tenemos: El Ello, la parte instintiva, es decir el placer. El Yo que pospone su satisfacción para el momento adecuado. Y el Superyó que es el lado moral, la lógica y la razón, éste gobierna al Yo. En pocas palabras el Ello se la pasa con ganas, el Yo también pero es un morrongo, y el Superyó es el maldito aburrido que detiene a ambos. Y en conclusión los tres se la pasan agarrados sin saber a quién hacerle caso. Si Freud viviera seguro me estaría buscando para tenerme como objeto de estudio, y luego se arrepentiría de haberme elegido, pues entendería que yo ni con sicoanálisis podría saber exactamente qué quiero. A su vez desarrollaría una nueva teoría que reemplazara la del Ello, Yo y Superyó pues conmigo comprobaría que esos tres se mataron entre ellos hace tiempo.

A mí decidir me hace entrar en pánico y no es escénico, pues para todo el mundo yo sé bien qué quiero, pero la verdad es que no tengo ni idea. Es decir, yo sé que me gusta la primera sensación de una fruta ácida, el remordimiento de comer Nutella, el placer de llorar viendo una película, la angustia de no querer pisar las rayitas de los andenes, el dolor de estómago que produce una risa interminable y la nostalgia del olor de un libro viejo; pero si me preguntan qué busco en alguien, tengo la certeza de que no lo sé. Mi historia clínica-cardiaca da fe de esto, pues por no saber qué quiero, es que tomar decisiones se me dificulta y no logro diferenciar lo que me gusta de lo que no, y es ahí donde aparezco tropezando con la piedra, encariñándome con ella, para luego darme cuenta que debí patearla en vez de guardarla en el bolso.

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